Mis experencias en Dubai

Quedan pocas horas para que abandone Dubai con rumbo a Singapur, pocas horas para dejar este emirato de las mil y una noches en el que: el que tiene, lo tiene todo y el que no tiene, no tiene nada.

Se llama Dubai, pero creo que el nombre más acertado  sería «Elmás», lo he escrito intencionadamente todo junto y si le antepongo «Al», me suena hasta medio árabe. -Al Elmás- edificio más alto, -Al Elmás- puerto más grande, -Al Elmás- la isla artificial más novedosa, -Al Elmás- centro comercial más imponente, -Al Elmás- pista de sky en el desierto, en fin, -Al Fin-.

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Los nativos son listos, muy listos, hicieron el dinero con el petróleo y ahora que se les está agotando han convertido su tierra en el destino vocacional de mayor lujo del mundo, pero  ellos me tienen pinta de «currar» poco,  lo que les va, es pasear delante de sus 3 o 4 mujeres por los  impresionantes malls o en sus deportivos más llamativos, que para la construcción ya tienen a los indios o los pakis y para trabajar en los cientos de hoteles, están los filipinos.

Particularmente pienso que este es un buen lugar para pasar unos días de vacaciones y cuanto mejor sea el hotel obviamente muchísimo mejor, pero yo no viviría aquí ni de broma, salvo que una nómina escandalosamente escandalosa, como dijo en su día el presidente del Valencia, me hiciese cambiar de opinión.

La religión musulmana y la influencia de las distintas nacionalidades, hacen que su gastronomía sea muy plural, eso si, embriagada por las ancestrales especias. En los días que he estado por aquí, he picado comida libanesa, Siria, India, Thai y hasta me di el caprichín de 50 gr de beluga Iraní, que no fue excesivamente caro. Ahora, para cara, la comida en el hotel Burj Dubai, estaba visto, pero ahí no te cobran por la comida en sí, pagas por donde la comes, y es que os puedo asegurar que no me arrepiento en absoluto.

Cuando te vas acercando al hotel, se distingue su esbelta silueta, y una vez pasada una criba fronteriza anti mirones, un ejército de botones te sale a recibir. Cuando entras en el hall del hotel piensas, «coño!!! a estos casi no le gusta el  oro ni los dorados». ¡Qué barbaridad!, todo es ostentación pero con criterio moruno, restándolo mucho, creo que recargado. Como mi reserva era para las 13:00 h. en el restaurante  «bajo el mar», pedí permiso para tomar un aperitivo en el restaurante de la azotea, el cual me fue concedido, tras una electrizante subida en un ascensor exterior, pude tomarme una cerveza en uno de los restaurantes con las mejores vistas de todos los que me he alojado. Me recibió una encantadora camarera argentina, y aproveché para presentarle el agua magma al mánager del restaurante.

Una vez abajo, me acompañaron a una salita, como no, dorada, y unos minutos más tarde, una bellísima camarera filipina me dijo que íbamos a ir en submarino hasta el restaurante. Yo, pailanciño de mí, no entendía nada. Entré en un habitáculo en el que me tuve que abrochar el cinturón, y claro dije, un simulador. Menuda puesta en escena, «na miña vida»… y en cuanto a la comida, bien, un plato combinado de pescado y marisco con un buen punto de cocción y bueno, mejor la puesta en escena y el restaurante en si, que bien vale el precio del plato.

Un abrazo amigos, mañana vuelo a Singapur, a ver como va la cosa. Os seguiré contando.