Llevaba un tiempo sintiendo en mi interior la llamada de las islitas, un susurro de melancolía insular que palpita en mi corazón, cuando el tiempo que transcurre sin visitarlas es muy prolongado.
De los ocho años que viví en Tenerife, no sólo me quedan en el disco duro de los recuerdos, el que me formé como profesional de la cocina, también circulan por mi memoria festeira, infinidad de vivencias maravillosas, de una tierra que me recibió con los brazos abiertos y de muchos amigos que aún con el paso de la vida, los tengo en aprecio como si fuesen herman@s.
Pero si mis lembranzas chicharreras son imborrables, que os voy a contar de mi siempre querida y añorada Gomera? Difícil se me hace convertir en letras, el romance que desde hace tantos años mantengo con ella…
-Cuidadín Pepiño, que te me vienes arriba…
El hacer coincidir la agenda vacacional entre una profesora y un cocinero a veces se torna complicado, y en esta ocasión Pilar y Carmen no me pudieron acompañar, pero contando con su beneplácito, el domingo, tras terminar con el servicio cacholeiro, partí pitando hacia Santiago, para poder iniciar un viaje al archipiélago de los recuerdos, que forman de manera inequívoca, parte de un feliz pasado.
Aterricé muy tarde en el aeropuerto sur, eso me obligó a pernoctar cerca del puerto de Los Cristianos ya que a esa hora, no hay comunicación marítima con La Gomera, pero al día siguiente temprano ya estaba con mi cochecito de alquiler embarcando para zarpar hacia mi paraíso…
Desde que en el ferry divisé la tierra del sibo, en mi cabeza se abrió una barra libre de sentimientos, yo puedo intentar con este humilde post, transmitiros sus encantos, pero os animo a que la conozcais en persona, porque seguro que no os dejará indiferentes…
Si os dijese una cifra de las veces que la he visitado os estaría mintiendo porque realmente no llevo la cuenta, pero seguro que han sido muchas, muchísimas, de casa rural, de parador, de apartamentos o incluso alguna vez también, cuando nuestro único techo eran las brillantes estrellas que alumbraban el limpio cielo canario, joder, que bien lo pasábamos…
Pero una cosa hay que dejar claro, aquí no vengáis buscando la súper oferta hostelera, o diversión discotequera hasta altas horas de la madrugada, aquí lo que os vais a encontrar es simplemente tranquilidad y con suerte, ese duende que me tiene a mi cautivo…
Me gustó comprobar en esta última visita, que el turismo que sigue acudiendo a la cita con estos bellos paisajes, sigue siendo el mismo, mucho senderista centro europeo en busca de naturaleza, pi-hippies alemanes disfrutando de un clima maravilloso y otros de origen desconocido, que no necesita más que una cerveza, un plátano y una pandereta para ser felices…
A los que me conozcáis un poco, no os puedo mentir, aquí siempre venía a desfogar de carallada continua, los discos de los frenos de mi coche llegaban al rojo vivo en el tramo desde la Villa a Valle Gran Rey, algún tabernero aún se acuerda de mi, no hay rincón en toda la isla que tenga una bonita puesta de sol donde no terminásemos organizando un fiestón verbenero, juventud divino tesoro…
Pero los años van pasando, y parece ser que el más común de los sentidos me va haciendo ver las cosas con otra perspectiva, bueno lo justo, porque el primer día con la emoción del reencuentro, aínda lle dei un par de picha carneiros…
Lo siento amigos, pero se me ha roto el portátil y lo voy a dejar aquí momentáneamente pero CONTINUARÁ…